Llegamos a la playa de Beyin,
donde en un principio íbamos a hacer noche (hay un hotel allí) a pesar
de que nos dijeron que nos iba a salir más caro de la cuenta. Cual fue nuestra sorpresa cuando nos informaron que el hotel estaba
lleno. Tengo que decir que a partir de ese momento, la búsqueda de alojamiento
se convirtió en una aventura realmente pesada y agotadora. Los que no nos
decían que estaban llenos, nos ponían unos precios desorbitados. Durante aproximadamente
tres horas sin parar de caminar con nuestros equipajes a la espalda,
recorriéndonos la zona de arriba abajo, conseguimos localizar un hotel (que
hasta el momento era en lo referente a calidad/precio el mejor) que nos podía
alojar. Llegamos exhaustos, nos dimos una ducha necesaria y bajamos a la ciudad
a buscar un lugar donde nos dieran de cenar. El sitio que encontramos no estaba
mal, aunque la mayoría casi nos quedamos dormidos encima del plato, por lo que
al volver al hotel nos fuimos directos a dormir.
Sin prisa por madrugar, a la
mañana siguiente nos levantamos y cogimos una Tro-Tro que nos llevó a la
estación de autobuses de Takoradi. Allí comimos algo (yo desayuné dos
empanadas, que aquí son tooooodo masa, el relleno lo intuyes) y nos tocó
esperar del orden de hora y media a que se llenara un autobús, ya que cuando
llegamos estaba saliendo uno. El viaje de vuelta fue menos entretenido que el
de ida, aunque cuando a Patri le picaba algún bicho (el típico Migus
Silvestrus) la cosa se animaba. Íbamos muy cansados. Como a una hora y media o dos
horas de nuestra casa, yo empecé a encontrarme fatal del estómago. No se si fue
por el agua, la comida o un poco todo, el caso es que lo pasé realmente mal. Tengo
que dar las gracias a mis compañeros que se preocuparon porque el taxi que
cogimos al bajar del autobús, llegara lo antes posible a casa. Para ello, el
taxista que nos llevó desde la estación de autobuses, entraba en las rotondas
sin miedo a nada, cual kamikaze. Era para verle, ¡¡menudo fitipaldi!!
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