El poblado de Nzulezo me ha
hecho ver la vida desde otro punto de vista. Ha sido una experiencia y una
sensación que no olvidaré jamás. Cuando llegamos por la noche, lo primero que
hicimos fue descargar las mochilas en nuestras respectivas habitaciones (eran
de madera, construidas sobre el lago Amanzuri, como el poblado en sí).
Inmediatamente después, Daniel nos llevó a su bar, en el que sin darnos cuenta
estábamos rodeados de niños. Ese fue el momento en el que tuve una sensación
horrible, ¿qué pintábamos nosotros allí y por qué no había más gente alrededor?
Salí al poblado en el que era
todo silencio y únicamente dos personas se encontraban cerca del bar. Me miraban de una forma que me hizo sentir incómodo, porque me dio la sensación
que esa gente que vive en un sitio tan recóndito, (en el que todo lo que le
rodea es agua y para desplazarse a cualquier sitio tienen que usar la canoa) lo
último que les apetece es que lleguen turistas a perturbar su
tranquilidad. Por si fuera poco todo lo que tenía en la cabeza, el jefe del
poblado nos hizo una “visita guiada” en la que a la gente que intentaba dormir
en medio del camino, los describía como si fueran monumentos que ver (esa
sensación me dio a mi) y a otros directamente los despertaba. Cierto es, que
toda esta gente necesita a los turistas ya que son los que pueden dejar dinero
en el pueblo, pero… ¿a que precio?
A la mañana siguiente y tras pasar la noche en
vela, (una simple pisada hacía que se moviera la casa entera) Daniel nos llevó a
ver los manglares donde tienen las destilerías. Ciertamente el visitarlas era
lo de menos, ya que lo que nos interesaba a nosotros eran los parajes que
atravesamos para hacerlo. Pasamos por
sitios alucinantes, en los que a mi me daba la sensación de que podía saltar un
cocodrilo sobre la canoa en cualquier momento. Llegamos a la destilería, Daniel
nos explicó su funcionamiento, nos dio a probar el vino de palma que no tiene
alcohol (tiene un sabor semejante a la sidra) y la bebida propia del lugar, que tiene cierto parecido al aguardiente.
Una vez terminada la visita
volvimos al poblado, en el que nos sacaron todo tipo de objetos que comprar, hojas de
donaciones, etc. Recogimos nuestras
mochilas, y a diferencia de la ida, volvimos en canoa a remos. La verdad es que
el viaje de vuelta fue increíble, ya que pudimos ver todo lo que por la noche
había sido imposible. Nos dimos cuenta
del tirón turístico que tiene el poblado, ya que nos cruzamos con
aproximadamente 10 canoas o 15 que se dirigían allí. Tras volver a pisar
tierra, fuimos donde Pepe, comimos algo,
le agradecimos el trato recibido y partimos en Tro-Tro hacia Beyin. Una
vez allí, comenzó una nueva aventura, la larga y agotante búsqueda del hotel en el que dormiríamos.
QUE GUAY!! :D
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